Celia
Caridad Cruz Alfonso nació en el barrio de Santos Suárez de La Habana el 21 de
octubre de 1924, si bien algunas fuentes señalan su nacimiento cuatro años
antes, y otras en 1925, datos todos ellos de difícil comprobación dada la
persistente negativa de la estrella a confesar su edad.
Segunda
hija de un fogonero de los ferrocarriles, Simón Cruz, y del ama de casa
Catalina Alfonso, Celia Cruz compartió su infancia con sus tres hermanos
-Dolores, Gladys y Barbarito- y once primos, y sus quehaceres incluían arrullar
con canciones de cuna a los más pequeños; así empezó a cantar. Su madre, que
tenía una voz espléndida, supo reconocer en ella la herencia de ese don cuando,
con once o doce años, la niña cantó para un turista que, encantado con la
interpretación, le compró un par de zapatos.
Con
otras canciones y nuevos forasteros calzó a todos los niños de la casa. Después
se dedicó a observar los bailes y a las orquestas a través de las ventanas de
los cafés cantantes, y no veía la hora de saltar al interior. Sin embargo, sólo
su madre aprobaba esa afición: su padre quería que fuese maestra, y no sin
pesar intentó satisfacerle y estudiar magisterio, pero pudo más el corazón
cuando estaba a punto de terminar la carrera y la abandonó para ingresar en el
Conservatorio Nacional de Música.
Cantó en
las orquestas Gloria Matancera y Sonora Caracas y formó parte del espectáculo Las mulatas de fuego, que
recorrió Venezuela y México. En 1950 ya había intervenido en varias emisoras
cuando pasó a integrar el elenco del cabaret Tropicana, donde la descubrió el
director de la Sonora Matancera, el guitarrista Rogelio Martínez, y la contrató
para reemplazar a Mirta Silva, la solista oficial de la orquesta.
A lo
largo de los años cincuenta Celia Cruz y la Sonora Matancera brillaron en la
Cuba de Pío Leyva, Tito Gómez y Barbarito Díez; del irrepetible Benny Moré, del
dúo Los Compadres, con Compay Primo (Lorenzo Hierrezuelo) y Compay Segundo...
La Cuba de Chico O’Farril y su Sun
sun babae, la de La conga de los Habana Cuban Boys, la de Miguel Matamoros
con su Mamá, yo quiero saber
de dónde son los cantantes, la de Miguelito Valdés con su Babalú... Celia aportó su Cao Cao Maní Picao y se convirtió en un éxito, y otro
posterior, Burundanga, la
llevó a Nueva York en abril de 1957 para recoger su primer disco de oro.
Celia
Cruz se había ganado ya varios de los apodos y títulos con que quisieron
distinguirla. Fue la Reina Rumba, la Guarachera de Oriente y, desde las
primeras giras -por México, Argentina, Venezuela, Colombia...-, la Guarachera
de Cuba.
Después
de un año de aplausos en la capital azteca, Celia Cruz se mudaba a Estados
Unidos y sellaba su primer compromiso para actuar en el Palladium de Hollywood.
Si bien declaró en aquellos días «he abandonado todo lo que más quería
porque intuí enseguida que Fidel Castro quería implantar una dictadura
comunista», su furibunda militancia anticastrista nació después, a partir
del 7 de abril de 1962, cuando supo de la muerte de su madre y no pudo entrar
en la isla para asistir al entierro. Llegó a confesar incluso que estaba
dispuesta a inmolarse haciendo estallar una bomba si con ello hacía desaparecer
«al Comandante».
Tres
meses después, el 14 de julio de 1962, Celia Cruz se casó con el primer
trompetista de la orquesta, Pedro Knight, quien a partir de 1965, en que ambos
dejaron la Sonora, se convirtió en su representante. Celia Cruz inició su
trayectoria como solista junto al percusionista Tito Puente, con el que grabó
ocho álbumes. Los jóvenes hispanos de Nueva York la descubrieron en 1973 en el
Carnegie Hall, cuando integraba el elenco de la «salsópera»Hommy, de
Larry Harlow.
«¡Azúcar!»
era su potente grito infeccioso, la contraseña de apertura y cierre de sus
conciertos y la clave para hacerse entender en todo el mundo. Difícilmente
alguien ha bailado más -y ha hecho bailar más- que esta cubana de sonrisa
contagiosa y persistente que conquistó adeptos de todas las latitudes a lo
largo de más de cincuenta años de exitosa trayectoria. Cantante de guarachas,
danzones, sones y rumbas en sus comienzos, Celia Cruz siempre estuvo abierta a
nuevas experiencias que la llevaron a abordar otros ritmos y a unirse a
proyectos en principio arriesgados para una artista consagrada.
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